viernes, 8 de enero de 2016

Invirtiendo tiempo y vida en vida y tiempo

En otra vida yo andaba divagando sobre… ¿qué era? ¿Dimensiones? ¿Tiempo? Una temática, en apariencia, muy poquito acorde con entrañables fechas navideñas.
Sólo por la cuestión de justificarme, quizá no ando muy desencaminada pues, ¿no son acaso estas recientemente pasadas fechas, junto con la del cumpleaños de cada cual, aquellas en las que más interés le ponemos al tiempo y a su paso? ¿No es extraño que unos pocos días se me antoje un abismo temporal desde que escribí la última entrada? ¿Por qué carajo tenemos estas sensaciones? Ni idea, pero mucho me temo que la física y las teorías basadas en nada que me precio a esparcir por aquí, tienen mucho que aportar para que no se active en exceso el gen de la nostalgia.
Por si acabas de llegar y no quieres leerte los dos post anteriores de esta miniserie, aquí van las conclusiones de cada uno de ellos:
-          Que las vidas humanas son como gotas de Vida que transcurren a lo largo del tiempo.
-          Que la mente es lo que permite el transcurso de las vidas a través del tiempo.
-          Finalmente, y negando la mayor de una forma muy inoportuna, que el tiempo no existe (no es mío, es cosa de Punset)
Entonces ¿qué es el tiempo? Me pregunto, entrando ya por fin en este post.
Inventándome la definición, el tiempo podría ser ese contexto en el cual ocurren situaciones que nuestra mente va ordenando de forma más o menos lineal para darles un sentido.
El que ocurran más o menos situaciones o el que nuestra mente se llene de pensamientos que nos distraen de la situación que estemos viviendo, es lo que hace que tengamos una percepción más rápida o más lenta de aquello que llamamos tiempo. Hay que aclarar, por tanto, que por un lado está ese tiempo o contexto y por otro, la necesidad de medirlo de alguna manera.
Asistí en una ocasión a unas charlas bien interesantes en las que nos hablaron de cómo se empezó a medir el tiempo tal y como lo conocemos. Esto de fraccionar el tiempo es un convenio que la mayoría de los humanos compartimos. Llamamos día a lo que tarda la tierra en dar una vuelta sobre sí misma, que es un hecho real,  pero ¿quién se ha sacado lo de las veinticuatro horas? ¿Por qué no ocho fracciones dentro del mismo día? ¿O siete? ¿O tres? Y en cuanto a los años, de acuerdo con tomar como referencia una vuelta del planeta al sol pero ¿por qué lo de dividirlos en doce partes? ¿Por qué no en las cuatro estaciones, por ejemplo? Y eso contando que vivas en mi latitud, porque en el caribe o en Sebastopol quizá habría que hacer otras divisiones diferentes según el tiempo atmosférico.
Para sincronizar a tanto humano hubo, pues, que llegar a un acuerdo. Inventémonos Colémonos en la hipotética mesa de negociación de los sabios de turno:
- Gente, esto es un sindios. Así no hay forma de quedar. Podríamos empezar a fijarnos como referencia en el momento en que el sol está en lo más alto, ¿qué os parece?
- No me parece mal, señor, pero en la época de frío es más difícil encontrar ese punto y qué decir de los días nublados
- ¿Encuentras otra referencia mejor dadas nuestras actuales limitaciones tecnológicas?
- No.
- Pues hala, vamos al punto siguiente.

Probablemente fruto de esos convenios y de esas fracciones aleatorias, el ser humano comenzó a observar el tiempo como algo que tiene una dirección: una sucesión de horas, días, meses y años que se colocan uno detrás de otro dando sensación de linealidad y que además tiene un principio y un final. Quizá fruto del establecimiento de ese consenso el hombre empezó a juzgar su vida de acuerdo a si obtenía más o menos posesiones materiales o inmateriales en un número determinado de su recién estrenada escala de años. Quizá por someternos a un tiempo que tiene principio y final, comenzamos a quedarnos sin tiempo y a estresarnos por ello. Quizá por contar el tiempo y enumerar las situaciones vividas, comenzamos a comparar y a aplicar a nuestras vidas el término económico del valor… ¿Quién sabe? Sólo especulo.
Si nos aventuramos a una alternativa a lo que tenemos, podemos encontramos actualmente ejemplos de algunas tribus que no miden el tiempo. Si me dejo de datos objetivos y voy a mis suposiciones podríamos, en lugar de contar las horas o lustros que vivimos, observarnos como los seres cíclicos que somos: sometidos a los ciclos de la naturaleza, con una vivencia cíclica, que repiten actos como el comer, el dormir o el menstruar y que además, puede incluso que sus vidas estén plagadas de situaciones que se repiten ciclicamente con una frecuencia determinada... Entenderíamos así mismo que cada ser lleva un ritmo exclusivo dentro de sus propios ciclos y que es muy personal el momento en que cada uno está listo para encontrar un trabajo que le guste, o enamorarse, o tener o no hijos… Volviendo al ejemplo inicial de las gotas del río, esto significa que las que están próximas al borde se mueven más lentamente que las que van por el centro pero todas son necesarias para el movimiento global de la Vida, perdón, de la corriente.
Muy bien todo pero… esta perorata repartida en tres post, ¿para qué sirve? Buena pregunta que me auto-formulo. A mí, en concreto me ha servido para entretenerme escribiendo y entretejiendo conceptos salteados en mi cerebelo; para darme cuenta que corro el riesgo de ser acusada de plagiar el programa de Punset, y sobre todo para comprender que el transcurso de la vida no es más que una ilusión escondida detrás del sinnúmero de situaciones, ordenadas cuidadosamente por la mente, que nos corresponde vivir mientras tenemos cuerpo. Concluyo entonces que en la vida, más importante que el ficticio tiempo medido de una forma tan aleatoria, lineal y perecedera, son las situaciones que vivimos. Algunas de ellas, decididas, otras sobrevenidas… qué más da. Todas ellas, vengan en el orden que vengan, nos darán la cualidad de la experiencia y quién sabe si quizá un poquito de sabiduría.

Por un lado va la evolución del cuerpo material (aquí, uno de ellos casi recién estrenado y con poca experiencia vital). Por otro lado, las situaciones enfrentadas. Y por último, la mente mezclándolo todo, interpretando y creando una historia.

Aunque parezca tonto, esta divagación también me sirve para reconciarme con errores pasados, pues si lo que realmente importa son las situaciones vividas, comprendo que en todos los casos se trató de hechos que decidí vivir de acuerdo a la experiencia que en ese instante tenía. Una vez vividos me he sentido más adulta. Para las situaciones venideras ocurre algo parecido: ante cualquier decisión a tomar, cabe preguntarse: ¿qué situación quiero vivir? Y casi siempre se puede elegir. Abrazar una experiencia diferente puede ser arriesgado pero muy enriquecedor. Además las nuevas situaciones tienen la cualidad de poder cambiar la percepción de nuestro tiempo, acaso acelerándolo, creando un remolino para librarnos así de la estanqueidad. Y recordando que, sea lo que sea lo que elijamos, estaremos contribuyendo al movimiento global de la vida. Dicho así, parece que es responsabilidad de todos que este río humano transcurra claro y limpio. Depende de nuestro albedrío.


Fin de la serie (creo)
  
No sé si esta canción de Izal es la que mejor cuadra aquí, pero me gusta.


2 comentarios:

  1. Lo importante del tiempo y la vida es saber que hacer con el que disponemos.

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    1. Buen resumen... Pero sin estreses porque no hay tiempo, que es lo mismo que decir que disponemos de todo el tiempo del mundo. Bueno, que me lio otra vez.

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