lunes, 11 de enero de 2016

España y Cataluña: Una negociación epistolar

Pocas cosas pueden hacer que un cuerpo se espabile cuando es lunes y vuelves a trabajar después de las vacaciones navideñas. Así estaba el mío esta mañana, semi-inerte, y más después de una noche de viento que me ha desvelado antes de que sonara el despertador. Poco a poco he ido retomando la secuencia de movimientos que me desplazan desde mi cama hasta mi puesto de trabajo. No esperaba nada fuera de lo común, no. Por eso ha sido tan sorprendente ver ese sobre asomando de mi buzón. Éso no estaba previsto. ¿Una carta? ¿A estas horas? ¿Cuándo comienza la jornada laboral en Correos? Habrá sido algún vecino que ha devuelto a su sitio alguna tarjeta de felicitación despistada. Aún así, ya es raro encontrar una carta en la era digital, me decía de camino al coche.
Llovía y el viento continuaba soplando, por eso hasta que no me he metido en el Focus no he abierto la carta, cosa que ha provocado que mis ojos se abrieran completamente, que me despertara definitivamente y que mis piernas y corazón temblaran compulsivamente. Lo que tenía entre las manos no era para mí, pero el equívoco ha puesto en ellas un documento que acaso cambie el devenir de los tiempos. Mi responsabilidad es compartirlo. Esta es la misiva que hallé: 


Querida Cataluña:
Quizá te sorprenda esta carta, sobre todo por proceder de una entidad política, abstracta en su concepto, aleatoria en su delimitación, como lo soy yo. Como lo eres tú.
Desde hace un tiempo, Cataluña, te noto distante. En lo que otrora fuera una relación aceptable a pesar de nuestras peculiaridades, se ha interpuesto un muro que no sé cómo salvar. Y en esos silencios crecientes entre las dos, yo… yo me siento impotente, obsoleta y torpe; a ratos, más parecida a una madre regañona que a lo que en realidad soy, que en lo que en realidad somos independientemente de lo que digan los que hablan por nosotras: colectividades con grandes potenciales. Con enormes recursos.
De las dos siempre fuiste la punta de lanza, Cataluña. A tu lado yo, como un pobre Sancho Panza, me moría de miedo y envidia a partes iguales por tu cosmopolismo, por tu soltura, por tu osadía, por esas cualidades que, reconozco, siento en mí aún como un pequeño embrión. Tú siempre me has mostrado, como un espejo, aquello que yo puedo ser.
Sé que me quisieras más atrevida, más arriesgada, más aguerrida. Sé que quisieras que me soltara de las riendas del conservadurismo, de la comodidad… y que explorara y explotara mis amplias posibilidades… Pero, Cataluña entiéndelo, aún arrastro el peso de años difíciles y en mi interior se libran mil batallas, mil voces discrepan, mil corrientes de pensamiento impregnan mi territorio haciendo de mis tierras campos yermos. El miedo… ese miedo a lo desconocido que tú hace tiempo salvaste… esa inercia me impide avanzar al ritmo que marcas.
Por otro lado, Cataluña, si tú eres la parte activa, la atrevida… lo yang de esta relación, yo soy el yin necesario. Admite que conmigo lo que bulle dentro de ti no deviene gas que pueda disolverse en una atmósfera inane. Acepta que te aporto esa bajada a la tierra, esa experiencia de hermana protectora que te ha visto crecer y que te marca suavemente los límites para que no te desboques. Como aquel que enseña a un adolescente.
Aunque sé que no te gusta, seguiré con este símil para decirte que, como hermana tuya, te conozco, Cataluña. Y no me hace falta ni mirar a tus hipotéticos ojos para decirte que te siento, no sé si lo sabes. Por eso no me pasan desapercibidos tus propios conflictos internos. Y bien sé que son estos momentos de crisis los propicios para volverse hacia uno mismo, autoanalizarse, comprenderse y así sanarse y respetarse, bien lo sé…, pero por otro lado me angustio porque es justo entonces, que te vuelves ovillo, cuando siento que te pierdo.
No le puedo poner puertas al mar, Cataluña, y la experiencia me dice que obligarte a mantenernos juntas no puede suponer más que la definitiva fractura, un insoportable dolor. Pero antes de que te vayas, quiero que recuerdes algo. No, no voy a llenarte de amenazas, ni a inocularte el miedo a la soledad del que rompe sus grilletes, no. Mi mensaje es positivo y sólo quiero decirte que, los actuales, son momentos de unión y no de ruptura. Que nuestro verdadero desarrollo como sociedad se produce si nos mantenemos y aprendemos juntas, no si huimos y menos con ese poso de rencor que muchas veces siento en ti. Quiero recordarte que juntas, ya lo has visto, todo es posible. Que uniendo tus virtudes y las mías somos un gran equipo. Que, al final de la novela, el Quijote recuperó la cordura y Sancho perdió la razón.
Y por si fuera poco, la evidencia: por más que tú y yo peleemos, por más que levantemos muros y los destruyamos después, nuestras tierras siempre estarán unidas y son parte de la misma tierra, una Tierra que si la escuchas, habla. Escuchémosla. Escuchémonos.
Tu España, que te quiere



Que nunca imaginé yo que se negociara en estos términos y me agrada...
En honor a la verdad hay infinitos precedentes amorosos entre ambos territorios. Además de éste, rescato un testimonio encontrado por el gran comunicador Juan Carlos Ortega que así lo atestigua. Aquí puedes escucharlo.

Confieso que me encantaría conocer la respuesta. Espero que el cartero se equivoque otra vez.


ADVERTENCIA:
- Este artículo podría contener humor absurdo.
- Evite interpretaciones políticas e ideológicas.
- Si tras aplicárselo sufre cabreo/odio hacia algún territorio o siente que le ha tocado el orgullo patrio, consulte a su médico, farmacéutico o exorcista de cabecera.


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