lunes, 16 de noviembre de 2015

El parto

Me retuerzo entre mis cuatro paredes con dolores de parturienta. En ningún sitio encuentro el consuelo que busco.
Refreno una y otra vez las ganas de estirar el brazo y alcanzar un analgésico. Me quiero quedar así. Tantas veces he huido... Y ahora mira, otra vez en este lugar tan familiar. ¿De qué ha servido correr? Con ganas de que todo cambie, aprovecharé que he vuelto para utilizar otras estrategias. Así que decido que no me voy a mover. Já.
Pero duele, vaya si lo hace. ¿Qué saldrá de todo esto?
Un nuevo calambre. Las lágrimas vuelven a brotar. Estos días casi todos mis actos están aderezados con la sal de mis ojos. Y no sabe mal el bizcocho salado. Ni tampoco es tan arduo fregar platos con sal, hacer camas con sal, ir a trabajar con sal… A veces cuesta ver bien tras este velo mojado pero, me digo, es temporal. Sólo hasta que se produzca la eclosión.
Como buen parto, requiere su tiempo. ¿Por qué acelerarlo? Me he vuelto muy poco intervencionista en mis procesos naturales y dejo que ocurra solo. Me hago asistir bien, eso sí, y ellos, como buenos matronos, me dicen que lo estoy haciendo muy bien. Luego me dejan con mi silencio.
Otra contracción. Me entran ganas de asirme a una nueva fantasía, como una niña que halla la calma abrazada a su oso de mentira. Clamo en silencio hacia mi trozo de cielo por un buen aguijonazo de epidural pero cuando la divina jeringa amenaza mi espalda desisto y entro presurosa al abrigo de la soledad. Me he vuelto muy bestia, ya digo: no quiero dejar de sentir cualquiera de mis asuntos. Quiero, aplicando el método científico, conocer el umbral de mi dolor.
Pero a veces me da miedo, no creas. ¿Y si este estado fuera perpetuo? ¿Y si abajo no hay colchonetas que me ayuden a subir? ¿No sería conveniente resistirme un poco más…? Ay, río maquiavélicamente, soy tan adorable cuando me imploro… QUE NO. Esta vez, NO.
Así que me pongo mis gafas de intelectual y me siento frente a la tele apagada. Palpo la zona afectada y me digo que ya casi está. Es entonces cuando miro incrédula a la cara de mi parte miedosa. - ¿Cómo no te puede gustar esto?- Le abronco. ¿Es que no sientes la curiosidad que yo siento? Aunque te entiendo, claro. De un parto normal nace un niño. Pero así, sin esfínter de salida, ninguna de las dos sabemos cómo ni qué nace cuando duele tanto un corazón.

  
Imagen tomada de psicologiaparamamas.com

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