lunes, 21 de septiembre de 2015

Infidelidad bloguera

Querido blog, 

Te estoy siendo infiel desde hace varios días. Es más, mi infidelidad es reiterada: escribo en otro como tú con mucha más intensidad que en tí. Incluso me fuerzo a hacerlo: infidelidad con premeditación y alevosía.

Pero será temporal, creo. No te me enfades mucho.

Con amor.

Laura

PD.: Ah, y para que veas que no me escondo te cuento por dónde bailotean mis letras estos días. Justo, justo, aquí.



jueves, 3 de septiembre de 2015

Caminando por la Senda del TAO

Si algo he hecho este verano ha sido caminar por la Senda del TAO, y no es una metáfora:
 
 Ahí en el cartel de la la izquierda, pone TAO 
(no hacer caso a la letra pequeña: Taller de Arquitectura y Obras)

Me dio la risa cuando, enfrascada como estaba en la lectura de textos taoístas, caí en la cuenta de la presencia del cartelón en el camino que casi a diario he tomado para escapar, en las horas oportunas, del calor plomizo que ha caído sobre esta tierra.
En seguida me vino a la cabeza un esqueleto de relato en el que hablaría en parábola sobre el camino físico pero refiriéndome a las enseñanzas que yo, ilusa, he tratado de desgranar en todo este tiempo… Pero cómo es esta filosofía que cada vez que he empezado a escribirlo mis manos se volvían cemento y ninguna de las líneas que me mostraba la pantalla me convencían: todas me parecían pretenciosas. Sin perder mi atrevido afán de interpretar mis realidades podría decir que es que, para el TAO, o eres de verdad o no eres. O utilizas la sinceridad o invocas el castigo, que no es más que el malestar que provoca la apariencia; el desgaste que se aviene cuando uno se empeña en disfrazarse de lo que no es, aunque sea en hechos tan irrelevantes como éste.
Por eso permito hoy que mis manos se deslicen sobre el teclado sin más pretensión que la de contar que efectivamente ese camino, la Senda del TAO, ha sido un consuelo este verano. Está muy cerca de mi casa pero no la conocía. Dejé un día que mis pies caminaran solos y me llevaron primero a lugares familiares para enseguida aventurarse a esa otra senda paralela que comenzaba a pocos metros de allí. Un camino más abierto, prácticamente recto, con árboles equidistantes que lo custodian en un vano intento de provocar algo de sombra. Un camino de tierra prensada, que es la que delimita el trayecto y alrededor, una ilusión de campo donde, sin embargo, la naturaleza se evidencia por más que la mano del hombre haya querido domesticarla arañándole unos surcos.
Es larga la Senda del TAO. Yo no me he atrevido a recorrerla entera pues es demasiado, no para mis piernas sino para mi tiempo y para mi miedo a caminar bajo las sombras de la noche. Pero encontré el límite que a mi me servía y cada vez que lo alcanzaba me daba la vuelta y volvía a casa. A veces canturreando, a veces pensativa, a veces preocupada, a veces tratando de vaciar con respiración pausada emociones encajadas en la boca del estómago, pues si hay algo allí que he observado ha sido mi naturaleza cambiante y nada como esta rutina para hacerla evidente. No me sorprende, pues la naturaleza también lo es y no era difícil darse cuenta que cada día también la Senda del TAO era diferente.
No era yo la única que la recorría, claro; en mis caminatas a veces me dedicaba a preguntarme qué relación tendrían los otros caminantes con la Senda. Los había que la recorrían deprisa, corriendo y midiendo sus tiempos y pulsos, compitiendo con quienes habían sido el día anterior y con quienes serían al siguiente día. Otros iban en bici, quizá atravesando la Senda sólo como puente hacia otros caminos seguramente más atractivos; algunos iban acompañados y en animada conversación; otros solos, quizá también como yo, despejándose y estirando el músculo. Lo más raro que vi fue a una señora mayor caminando de espaldas, me pareció muy valiente y así se lo dije cuando llegó a mi altura. Resultó que nos conocíamos y eso le dio pie para decirme que por qué iba a ser valiente por éso. Lo hacía, según me dijo sin perder el paso, para no acostumbrar al cerebro a actuar siempre de la misma manera. Nos separamos y yo aquel día terminé de recorrer la Senda con una sonrisa, constatando lo cuerda que es la locura. Y también, que cada uno es libre de transcurrir como quiera.
No siempre he transitado la Senda sola, qué va. Mujeres con las que voy creciendo me han acompañado. Mujeres, amigas, con las que comparto reflexiones, risas, anécdotas, intimidades… Mujeres que quieren serlo, siendo serlo el ser consecuentes con sus sentires. Mujeres que afrontan sus retos con dudas, con miedo, con valentía, con aprendizaje. Mujeres que transitan su propio camino y con el que el mío, por suerte, confluyen.
La Senda del TAO ha sido la excusa para ponerme en movimiento en un verano aparentemente quieto en el que quise parar. Un verano en el que, con este afán mío de interpretar mi realidad, más de una vez me he preguntado si no estaría tomando fuerzas para aventurarme con otras realidades. Quién sabe si para pisar, transitar... recorrer otros caminos.