Mi padre siempre
cuenta que, en lo que a ir de aceituna
se refiere, le sentaba fatal que mi abuelo le gritara la frase que titula el
post.
Pongámonos en la
situación de mi padre: ir de aceituna
significaba que no le quedaba más remedio que levantarse muy temprano los fines
de semana de enero para ir a recolectar el susodicho fruto de los olivos de mi
abuelo, su suegro. En ese entorno hostil, el yerno ha de ser sumiso y acatar lo
que el más longevo y experimentado de los dos tenga a bien indicarle, máxime si
es el padre de su joven y flamante mujer. Máxime si es el dueño de los olivos.
Obsérvese a ese
padre mío, antes de que yo fuera, tratando de agradar al suegro yendo, vara en
mano, a atacar al primer olivo. Atiza el primer golpe, supongo que consciente
de la mirada en su cogote de mi abuelo y, lejos de obtener aplauso, escucha
desde dos direcciones, la trasera y la del eco que le devuelve la sierra, la
sentencia antedicha:
¡¡¡¡ASI NO, DE
SOSLAYO!!!!
Por más que la
víscera me empuje a defender a mi padre que entonces no era, no tengo más
remedio que darle la razón a mi abuelo.
Se entiende
fácilmente: mi padre iba directo al olivo, empuñando la vara y soltándola en lo
que podría definirse, una trayectoria perpendicular a la copa. Los más
experimentados, como mi abuelo, bien sabían de la poca eficacia recolectora de la
tal maniobra que además conllevaba un efecto dañino sobre el árbol. Por otro
lado, impactando de soslayo, en una trayectoria que podría definirse como
tangencial a la copa del olivo, el rendimiento en aceituna se aproximaba al
cien por cien repercutiendo mínimamente en la integridad del frutal.
Sé que no hacía
falta explicarlo pero me he visto obligada, pues no es la pretensión de este
texto el instruir a la próxima cuadrilla de aceituneros, altivos o no, en la
colecta de olivas sino la de explicarme un concepto taoísta que asocio a esta
vieja y pequeña historia familiar*.
Al contrario de
lo contado dos post antes acerca del Wu Wei o el arte de la no-acción, en este
caso el concepto se refiere al modo correcto en que debe producirse la acción: nunca de forma directa.
Pero hay que
matizar: si el asunto que nos ocupa es el de ir a por el pan, la acción ha de
ser directa, es decir, voy a la panadería a comprar el pan y punto-pelota; no
me voy indirectamente a la frutería de al lado porque por más que me empeñe, el
chorizo lo quiero metido entre panes y no entre las dos mitades de un boniato.
Cuando los textos orientales hablan de la forma indirecta en que hay que
ocuparse de los asuntos, no se refieren a asuntos así de tangibles y
cotidianos, sino a aquellos en los que al sujeto se le presentan deseos,
anhelos, miedos y otras cuestiones más internas, universales e intangibles.
Imagina entonces
ese asunto que hace que se despierten
todos tus miedos y anhelos; ese asunto
en el que siempre te atrancas; ese asunto
que te vuelve torpe y asustadizo; ese
asunto que no eres capaz de resolver.
Pongamos por
caso que ese asunto es una relación
tormentosa con un miembro de tu familia. Esta relación pone a prueba tu ego, te
hace sentir ira, frustración, te lleva la contraria… Seguramente habrás
intentado resolverlo muchas veces, esperando un resultado y obteniendo otro
bien diferente; es probable que después de estos intentos el asunto se haya enrevesado aún más. ¿Cuál es la razón? Pues según
el taoísmo, lo que te ha movido al atacar el asunto directamente y si eres
sincero, ha sido la satisfacción que imaginabas al pretender que tu movimiento
iba a obtener el resultado que querías. Seguramente tu deseo oculto era que tu
familiar te diera la razón, traértelo a tu terreno… así el asunto estaría
resuelto para ti de una forma directa. Acción y reacción.
Mis libros
chinos, sin embargo, instan una y otra vez a la paciencia y no hablan de
soluciones rápidas y directas. Invitan a que tengas en cuenta que en este
tablero hay muchos más jugadores y a que ese
asunto es la excusa que ha de servirte para que aprendas cuáles son tus
carencias: todas ellas, dicho sea de paso, relacionadas con el mantenimiento de
la autoimagen y con la satisfacción de nuestro ansioso e impaciente ego. Las
resoluciones que propone el taoísmo indican que hay que avanzar con sutileza
pero sin perder de vista tu objetivo, haciéndole comprender al ego que el único
que sufre es él. Implican la corrección y el pulido de uno mismo lo que,
indirectamente, repercutirá en el bien de todos los implicados y, por ende, en
la resolución indirecta de ese asunto.
En resumen, que el asunto es la excusa para desarrollar
la paciencia, el desapego, para ablandar los efectos del ego…y tu atención
tiene que centrarse más en esa excusa que en el asunto en sí. Dicho de otro modo: lo que hay que hacer es
abordar ese asunto de soslayo.
Volviendo a mis
ancestros, mi padre pasó de varear los olivos de mala gana y de frente sólo por
contentar a la familia política, cosa
que sólo provocaba daños en el árbol y en sí mismo -véase la bronca mi
abuelo-, a abordar al olivo de forma indirecta, a darse cuenta que quizá tenía
que modificar la forma en que agarraba la vara, a observar que su atención comenzaba
a dirigirse al cuidado del árbol, a aprender a golpear de forma más eficaz, no
brusca y sin importarle lo que dijera el suegro que, dicho sea de paso, comenzó
a respetar de esta forma el trabajo de mi padre.
Y es así que,
unas décadas más tarde, comprendo que mi abuelo, sin ser chino, nos dio a mi
padre y a mí una buena lección de taoísmo aplicado.
Con un matiz: nosotros somos manchegos
En recuerdo de mi abuelo Heliodoro.