viernes, 19 de junio de 2015

Ermitaña en el pueblo. Día Uno

Me levanto temprano en Ciudad Real y en lugar de hacer mi yoga diario, me preparo la comida que me quedó ayer pendiente. Desayuno y ya que estoy en la cocina recopilo de ahí todas las cosas que creo necesarias para llevarme al piso.
Voy al dormitorio, hago la cama y recojo. De ahí, lo mismo: la ropa y los cuadernos y libros que vendrán conmigo. A tenor de lo que me llevo, ya sé que los días no van a tener horas suficientes para leer y escribir tanto.
El pallet, aún no sé para qué, la alfombra, la esterilla…
Doy varios viajes al coche para cargarlo todo y emprendo el camino hacia mi Siberia particular.
En el trayecto me confieso que hoy el día no será muy de recogimiento: Amigos Queridos me han invitado a comer a su casa. Tienen piscina y me han dicho que me lleve el bikini así que el plan es llegar al pueblo, colocarlo todo en su sitio y después irme a pasar la tarde con ellos.
Mi parte más pureta y radical con el experimento está un poco molesta: menudo retiro te estás planteando, tía. Por otro lado, ¿acaso Sylvain Tesson no recibía de vez en cuando la visita de Volodia y el resto de forestales del Baikal? Pues así soy yo, fiel a Sylvain en todo salvo en la ingesta de vodka. Además, me tomo esta invitación como una fiesta de bienvenida al retiro.
Al llegar encuentro el piso tan limpio como lo dejé hace dos semanas. La limpieza previa: uno de los preparativos no mencionados de este experimento. Inaudito sacar tanta suciedad de un lugar que no tiene nada.
En el salón tiendo la esterilla de yoga: mi sofá; a un lado, la alfombra de trapillo que me tejió mi prima. Un par de velas, los libros, el retrato enmarcado que me ha regalado una amiga, porque una casa sin fotos no es una casa, el ordenador y el zafu. Ya tengo el salón.
En el dormitorio ya descansa en el suelo el colchón que mi padre me ayudó a bajar desde el trastero. Se me ocurre que el pallet me puede venir bien como armario, así que lo sitúo al lado de la puerta. Sobre él, mi ropa, el pijama y una manta. Observo que también me vale como zapatero. Ahora entiendo a los de la Bioguía.


En el baño, las dos bolsas de aseo: la de la ortodoncia y la normal.
Reparto un farolillo y más velas por todo el pasillo. Como no hay Nada, no hay riesgo de incendio.
En el otro baño dejo un estropajo, el lavaplatos, una bayeta y un paño de cocina. Quien eligiera los lavabos de este bloque debió confundirlos con la bañera. Qué hermosura. Ahí fregaré.
Finalmente llevo a la cocina la mesa y la silla que mi hermana dejó aquí tras sus meses de estudio. Sobre ella dispongo un mantel, las comidas que he preparado, la leche, los cubiertos… En menos de una hora mi hogar temporal ha quedado listo para entrar a vivir.
Sólo queda ir a casa de mi familia donde dejo las garrafas vacías de agua para que mis padres, en su complicidad con este absurdo asunto, me las rellenen.
Puesto que la comida en casa de mis amigos no se enmarca dentro de la experiencia ermitáñica al cien por cien, no daré muchos detalles de tan agradable y siempre agradecido encuentro. A pesar de aun conservar algo del resfriado que me tuvo en cama la pasada semana, me doy el primer baño de este verano tempranero y para comer ingerimos la quiche y carne asada, comportándome de esta manera como la carnívora social o cuasi-vegetariana en que me he convertido.
A la vuelta, con el sol cayendo, recojo de casa de mis padres el agua y una lamparita a pilas y me voy, ahora ya sí, a mi casa para aprovechar las últimas dos horas de luz solar, que invierto en terminar de ubicarme. Pienso en lo que se tarda en que cualquier estancia termine sintiéndose como un hogar y me acuerdo de lo mucho que me ha costado sentirme así en el piso de Ciudad Real. Quién fuera gato y se dejara llevar por el instinto desde el principio para dar en seguida con el lugar más placentero. Sin ese instinto, me siento en mi sofá-alfombra de yoga y enciendo el ordenador para ver que tal funciona. Mis manos se adaptan rápidamente a las teclas alcanzando velocidad supersónica. Hay teclados más agradecidos que otros y este lo es bastante.
Ceno quiche que nos ha sobrado a mediodía. Desde el rincón en el que estoy se ve la luz del atardecer que pasa por la puerta de la terraza que da a la calle. Me gustan los colores que se cuelan en el salón. No me resisto y salgo afuera. No me había dado cuenta de que desde aquí también se ve la sierra y bastante trozo de cielo. No es la misma intimidad que la del patio del piso de Ciudad Real pero tampoco está mal. Aún en el balcón pienso cómo sería vivir aquí de verdad. Desde hace unas semanas he empezado a desprenderme de varias actividades y la próxima será del yoga. Las ganas de Nada son intensas y esta Nada se practicaría mejor en un pueblo que en una ciudad aunque sea pequeña. Pero no sé...
No me sorprende esto que me está pasando. Lo de comparar un sitio y otro. Parece que será la temática principal de mis pensamientos en este experimento personal.
Ya se hace de noche, he vuelto al ordenador pero la luz de las velas y de la pantalla no son suficientes como para que me equivoque una y otra vez. El reloj marca las diez y diez. Muy temprano para que cualquier adulto vaya a la cama. La hora ideal para una ermitaña en medio de su pueblo.

2 comentarios:

  1. Y a mí que me encantan esos experimentos.

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    1. Es sacar a la luz el propio frikismo y ver que hay más espíritus afines de lo que una había imaginado.

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