domingo, 28 de junio de 2015

Ermitaña en el pueblo. Día Cuatro y Conclusiones

Cuando me despierto siento la resaca típica de una noche casi en vela, aderezada en mi caso con la sensación amarga de mis emociones recurrentes.
Me incorporo propulsada por las ganas de irme ya de aquí pero en medio del salto que me saca de la cama, admito que me voy en lo mejor aunque parezca lo peor, es decir, que me voy justo cuando han llegado las emociones a las que yo buscaba enfrentarme a porta gayola. Pero este Miura es duro y cuando llega, a una sólo le entran ganas de refugiarse tras la barrera por más que cuando estoy ahí a salvo crea que a la siguiente lo voy a poder torear.
Ay la vida… la vida, ya lo decía Jesulín, es como un toro.
Por el pasillo, camino de la cocina, soy la media aritmética entre una adolescente que me agarra y tira de un brazo, cabreada por haber elegido quedarme aquí en lugar de haber ido a la playa, y una señora muy sabia en la que soy yo la que me apoyo, que me susurra sonriente que está todo bien.
La mañana transcurre entre dos mundos: el tangible, justo a continuación de donde termina la barrera de mi piel, que paradójicamente en estos momentos es el más volátil, pues se desarrolla tras una nebulosa provocada por el otro mundo: el de mis pensamientos, al que siento más consistente que el real.
Tras la nebulosa observo estas dos extensiones que son mis brazos, muy afanados en recoger toda seña de experimento personal a ritmo del tamborileo de mis pensamientos que, cual si se tratara de la canción del Chiki-Chiki, van repasando insistentemente las opciones que ya me he contado millones de veces acerca de qué hacer con este piso:
  1. Que me toque la lotería o me llegue de la forma que sea (no quiero ponerle puertas a las posibilidades del cosmos) la cantidad suficiente para pagar lo que queda de hipoteca. Si esto ocurriera pondría a la venta el piso al precio que me costó la entrada, para resarcir a mi yo de 2009.
  2. Permutarlo por una casita al borde del mar.
  3. Tirar el tabique que separa el salón del dormitorio y montar ahí una buena sala de yoga. Habría que insonorizar toda la vivienda para no molestar a los vecinos cuando nos pusiéramos a cantar mantras.
  4. Vivir en él. La opción que de momento, menos me apetece.

Cuando le he dado cerca de diez vueltas a la retahíla bajo la influencia de la adolescente cabreada, llega la señora sabia para darme un poco de calma. Me dice que cuando las cosas dependen de terceros, cuando nada se puede hacer por una misma, lo mejor es precisamente no hacer nada y dedicarte a lo que te dedicas cada día. Quizá es que no ha llegado el momento y por eso hay que tener paciencia. Éso y aceptar las cosas como son, sin pataletas. Cuando dice esto último me hace un guiño mirando de reojo a la adolescente rabiosa, que se ha sentado muy enfadada en un rincón de la terraza.
Entonces es cuando yo suspiro, me calmo y vuelvo de nuevo mi atención a lo que ahora estoy haciendo ya sin nebulosa de por medio. En el dormitorio, doblo y guardo todo. Envuelvo el colchón en su funda y así, poquito a poco, voy devolviendo su nada a la que ha sido mi casa durante casi cuatro días.
Cargo el coche con todo salvo el pallet; voy a comer, hoy sí, con mi familia y por la tarde emprendo camino a Ciudad Real.
Mientras conduzco reconozco que no era necesario haber montado todo esto para llegar a las conclusiones a las que he llegado, pero no me arrepiento del experimento. Me gusta, vete tú a saber porqué, enfrentarme directamente a las cosas que me inquietan.
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En aquel trayecto decidí que dejaría pasar un tiempo antes de escribir este post, el más en diferido de toda la serie, no fuera a ser que, tras el experimento, mi ser evolucionase espiritualmente hasta un punto tal que pasadas unas semanas, y fruto de sucesivas epifanías, todas mis cuestiones hubiesen tornado a respuestas.
Pero no funciona esto así. Tras algunas semanas todo sigue igual pero he sido consciente de lo difícil que es llevar a la práctica lo que la señora sabia me decía: el dejar que las cosas pasen por sí mismas cuando uno no tiene directamente nada que hacer. El no dejarse llevar por la prisa ni por el deseo. El volver la vista a tu presente en cada momento... En definitiva, que un anhelo o cualquier otra inquietud que proyectas en tu futuro no te impida disfrutar de todas las cosas que suceden cada día.


3 comentarios:

  1. Como siempre Laura y siendo repetitiva me encanta leerte, esa facilidad y las palabras que utilizas, me encantan.
    Y esa señora sabia...que sabia es jejejejeje.
    Un placer. Bss.

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  2. Como siempre Laura y siendo repetitiva me encanta leerte, esa facilidad y las palabras que utilizas, me encantan.
    Y esa señora sabia...que sabia es jejejejeje.
    Un placer. Bss.

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    Respuestas
    1. Gracias mi guapa!
      La pena de la señora sabia es que no siempre está conmigo, además es muy discreta. No como la otra que, aunque tampoco está todo el tiempo, se hace notar más.
      Besazosss!!!!

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