martes, 8 de julio de 2014

Excusas perfectas

Dos asientos por estudiante. Nuestros padres ya están sentados, imagino que observando divertidos nuestras peripecias, como si fuésemos niños en el parque. Creo que es la primera vez que jugamos los cuatro juntos como iguales.
Estoy en Alcalá, a punto de ver cómo te gradúas. Son casi las siete de la tarde. Llevo, por tanto, casi doce horas con esta falda y esta blusa. Me he presentado en el trabajo más arreglada que de costumbre y con un bocadillo en el bolso para no tener que pasar por casa antes de coger el tren.
He salido pintando a las tres. Me he cambiado de zapatos en el coche. Me he cambiado las medias rotas en el baño de la estación. Mi jefe, que venía en el mismo vagón, me ha ayudado a coger a tiempo el primer cercanías que me traía aquí. He llegado al restaurante donde ya estabais pagando. En el piso me has confesado que no te gustan estos convencionalismos. Estoy de acuerdo contigo, pero son la excusa perfecta para reunirnos, para disfrutarnos…pienso después y durante.
Y ahora, mientras nuestros padres nos miran, nos hacemos fotos en este patio empedrado del siglo nosecuantos, cuyos cipreses y cigüeñas atrevidas nos recuerdan que hay algo más allá del protocolo. Ni la emoción ni el orgullo que siento los tengo a flor de piel. Sólo estoy contenta. Mucho. Y con muchas ganas de estar aquí.
A punto de que todo comience, me acerco hasta donde ya estás sentada con el resto de tus compañeros con afán de estirar un poco los riñones, que llevamos ya un buen rato de pie… y para ubicarte. Los soportales del lugar permiten colarse así por los entresijos del momento y captar los detalles que ocurren entre bambalinas. No me pasa desapercibido el comentario de tu compañera cuando me acerco. Dice que nos parecemos. Me vuelvo a donde estaba, pero un poco más ancha que hace unos momentos: ya es la segunda vez en la tarde que oigo algo parecido. Y me encanta.
Zascandileamos ahora todos por el por el patio, buscando un buen ángulo para no perdernos el momento en que te llaman, con la cámara preparada desde que empieza el orden alfabético, aunque bien sabemos que serás de las últimas.
Estoy lo suficientemente cerca del escenario como para que me conmueva hasta la médula la chaqueta mal cortada del chico simpático que os lee un discurso que no alcanzo a entender muy bien por la orientación de la megafonía; o algunos zapatos que no pegan del todo con el vestido o el traje de turno…Chaqueta y zapatos cuentan historias de humildad y esfuerzo de muchas familias, de muchos padres que están ahora como los nuestros: sonrientes, con las cabezas juntas y el cuello estirado para no perderse detalle.
Ya te has puesto de pie, ya te llaman, me pongo nerviosa, la cámara reacciona lentamente, me aturullo con las ganas de aplaudir y disparar y decirte guapa al mismo tiempo.
Ya bajas del escenario, con tu beca puesta, con tu vestido verde, te veo llegar tan sonriente, tan guapa, tan contenta y… me emociono. Por nada, por todo. No ha hecho falta que me venga a la cabeza ningún recuerdo concreto. Ni siquiera cuando me enteré que nuestra madre estaba embarazada de ti; ni que contaras, no hasta tres, sino hasta los años que yo tuviera para lanzarte al agua del mar cuando tenías ocho o nueve; ni tus carreras cuando veníais a verme a la residencia, ni cuando me interrumpías para jugar mientras yo estudiaba. O las veces en que me preguntabas el significado de las palabras de El Pirata Garrapata; ni cuando nos confundían con madre e hija. Tampoco el momento en que entendiste un chiste que llevabas contando meses. Ni que me contaras tus inquietudes cuando tenías que decidir tu propia carrera…
Te prometo que no estaba pensando en nada. Tampoco en gatitos muertos para forzar la lágrima. Pero sucedió. En este acto tan protocolario. Cumpliendo a la perfección un papel que, a las que no nos gustan los convencionalismos, nos aberran por previsibles. Pero qué más me da.
Anda, que ya se me ha pasado, dame un beso.
Volvemos a las fotos a la salida: con nuestros padres, con nosotros, con Arantza, con Quique…
A la vuelta, mientras comentamos lo bien que hemos estado, lo que nos ha gustado esta tarde, me lamento por dentro por no haber tenido tiempo para escribirte. Ahora, hacerlo, me parece un convencionalismo más. Una exposición innecesaria.
Pero sonrío y pienso que lo haré. Volveré a ser previsible...
Porque es la excusa perfecta para decirte que te quiero.

Objetivamente, la más guapa de todos

4 comentarios:

  1. ENHORABUENA "FAMILIA"!!! Un beso grande...

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  2. Q bonico,Laura,que emocionante.Es un regalo de graduación precioso,y deberiamos buscar excusas de esas más a menudo para decirnos esas palabras que,con lo necesarias que son,racaneamos demasiado.Enhorabuena a Alba y,objetivamente,la más bonica!!

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    Respuestas
    1. Muchas gracias, Cris!!. Y sin racaneos: TE QUIERO MUCHO!

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