lunes, 28 de julio de 2014

La Física Cuántica y la Vida. El Porqué

Lo peor de comprometerse a hacer algo y más aún si lo publicas, es que tienes que cumplir lo prometido, maldita sea.
Cuando, como ya te conté en el post anterior, existe un impulso de contar algo que te ronda, puede ocurrir que te dejes llevar por ese impulso, que caigas en su red y, en efecto, empieces a contar ese algo, aunque sea poquito. El impulso, como impulso que es, totalmente visceral, totalmente paja que prende, se conforma con poco y si le has hecho un caso mínimo, él se consume hasta que se transforma en unas pequeñas cenizas que se depositan en el lugar donde se acomoda la morralla mental, con la décima parte de la fuerza del impulso original que, a su vez, se ubicaba más o menos en la parte central del pecho. En medio del corazón. O en las propias vísceras.
En el área reservada a la morralla, las cenizas del impulso primero sólo son capaces de lanzar tímidos grititos que se pierden en una marabunta de recuerdos, nuevas emociones, canciones que suenan en bucle dentro de ti, ideas, proyectos, recetas con las que quieres experimentar…
Circulando al lado de la autovía de la visceralidad del impulso, pero por una carretera comarcal mucho más lenta, se encuentra el sentido de la obligación que mansamente te dice que te sientes y cumplas con lo prometido. Que el impulso se apagó, pero hasta que no escribas no vas a poder terminar de recoger esas cenizas. De limpiar algo de morralla.
Protestas un poco y te haces la chulita porque ¿qué pasa?, este es mi blog y hago lo que quiero, y si no me apetece ahora escribir sobre esto pues no lo hago, que esto no quiero que sea una obliga…blablabla… pero por la carretera comarcal circula un coche de caballos y a las riendas un señor de campo muy sabio cabecea con una sonrisa de medio lado y una paja en la boca… Me cabrea porque sé que tiene razón. Esa pequeña ramita en su boca me trae al presente el impulso primero de escribir y ordenar y, al mismo tiempo, me pregunto qué hago yo poniéndole esta imagen tan de Tom Sawyer a mi propio compromiso conmigo.
No estoy cabreada, le digo sin palabras, es que creo que sin ese impulso visceral voy a ser incapaz de escribir lo prometido.
El sólo camina, manso y lento y comprendo que sólo se avanza con trabajo. De vez en cuando aceleraremos, presos de nuevo de alguna intensa emoción, pero mientras tanto hay que seguir caminando…o escribiendo. Lo que sea.
Y toda esta visualización sólo para contarte que se apagó la pasión de escribir sobre la química cuántica y la vida. Que no las ganas de hacerlo. Que los quehaceres del día a día y otros que van saliendo, sumado al acomodamiento tras el primer post, hacen que la cosa se dilate más de lo que yo esperaba.
Y quizá todo esto te parezca innecesario, pero habértelo contado me ha hecho recuperar un poco el uso de los párrafos. Al parecer ha sido un buen cebo para que vuelva la musa. ¡Ole!
Recuperado, pues, un poco el hábito, me toca contarte cómo contacté con la química cuántica y cómo a mi mente le dio por ir uniendo temas físicos con vivencias. Pero no será hoy, que si no me alargo demasiado. Hoy sólo quiero justificar esta mezcolanza.
Si lo piensas un poco la cosa tiene toda lógica porque cada ser humano trata de acomodar nuevos conocimientos a lo ya vivido o estudiado y así vamos construyendo nuestro mundo sobre lo anterior. Por ejemplo: si a un churrero le pones a estudiar astronomía, ¿acaso no comenzará a ver galaxias surgiendo en el aceite?, ¿acaso las roscas no serán nebulosas y se sentirá casi hipnotizado a medida que les da la vuelta? ¿No se puede ver acaso en la porra, el origen del universo?
Siguiendo esta línea, llego a otra que me deja en peor situación: la de mi paisano Don Quijote que, tras haberse leído los libros de caballerías terminó viendo gigantes donde había molinos… es pues fina la línea entre el ir construyendo mundos y la locura. Obviemos pues, este ejemplo presuponiendo que la locura (aún) no se ha apoderado de mi persona.
Otros ejemplos. ¿Recuerdas el guiñol de Jesulín de Ubrique? ¿No empezaba a filosofar sobre cualquier tema comparándolo con un toro?
Y si me he comparado con Don Quijote y con el muñeco de Jesulín, ¿será malo que me compare con Salvador Dalí? En los años cincuenta quedó fascinado por las teorías sobre física nuclear y pintó este cuadro, Galatea de las Esferas:


Entonces, si somos honestos todos estamos igual de locos, todos construimos nuestra vida sobre lo anterior y al respecto, y aunque no viene al caso, no está de más de vez en cuando que revisemos nuestros cimientos, no vaya a ser que algún día se colara alguna idea errónea y tenemos, sin saberlo, el edificio un poco torcido… pero esto es otra historia. 
Por cierto, gracias por llegar hasta aquí. Y ya que hemos estado hablando de universos, hoy tampoco te vas sin recompensa:




miércoles, 16 de julio de 2014

La Física Cuántica y la Vida. Preámbulo

A ver por donde empiezo… siempre el mismo dilema.
Una vez más se agolpa todo en la batidora de la mente y de vez en cuando me salpican ideas al consciente, si es que el consciente es esa parte de la mente en donde puedo analizar, diseccionar o simplemente presenciar lo que se cuece un poco más al fondo de mi cerebro.
Quiero hablar de física, ahí es . Pero de física aplicada a la vida. O, más heavy-metal aun: de física cuántica aplicada a la vida. Toma ya.
Amenazo con mezclar conceptos que aprendí hace más de quince años, cuando aun contaba los años por cursos, con otros conceptos ¿cómo llamarlos?, más… espirituales.
Teorías de mi vida A y teorías de mi vida B mezcladas y cribadas por el filtro de mí. Con lo que esto no será más que una interpretación y, como tal, absolutamente subjetiva pero útil para el sujeto o sea, yo, que gracias a ponerse a ordenar sus recovecos, va aprendiendo a vivir.
Resumiendo, voy a revisar dos teorías que en su día estudié de la forma en que se estudia en la carrera: metiendo con embudo conocimientos en la mente con el fin de que nos dure hasta, al menos, la hora final del examen.
Dos teorías: El Principio de Incertidumbre y la Dualidad Onda Corpúsculo, arriesgándome con ello a que ni Perry Mason quiera atender a estas letras que, por lo que me voy extendiendo en el preámbulo, calculo que se alargarán en varios posts. ¿Que podría despacharlo en un solo escrito?, tal vez sí, pero si estoy dispuesta a dar rodeos en forma de preámbulo y, probablemente, de introducción a lo susodicho, esto no tiene más explicación que la responsabilidad que el berenjenal me proporciona.
¿Que podría pasar del tema y escribir otras cosas?... de esto ya dudo un poco más porque pasados unos meses de la apertura de este blog, he observado que en el mecanismo de elección de temas a exponer, yo ni pincho ni corto: soy una simple ejecutora de algo más poderoso. Ese algo es una idea que se pone a parasitar en mi cerebro durante días, o semanas, o meses. Y me dice: escribe sobre estoooooo. Y en cada cosa que hago me suelta una frasecilla del hipotético escrito… sea o no publicado.
Así que ya puedes imaginarte que las ideas que se plasmarán en esta serie venidera son de las que tienen ocho tentáculos con ventosas. Y aparte de que lleven rondándome ya muchas semanas, también son muy protestonas y se alteran muchísimo si escribo de otra cosa o de otra idea que haya entrado con más ímpetu; generalmente esto es así si la idea intrusa viene envuelta en una emoción intensa.
Los días siguientes al escarceo bloguil por mi parte, las ideas parásitas abandonan su apariencia pulpística y se ponen a saltar a mi alrededor como niñas pequeñas, ansiosas porque les conceda un tiempo y un cuerpo en forma de letras virtuales.
Así que ha llegado el momento, y yo ya llevo un rato escribiendo sin decir nada… miedito me da. Tengo que ordenar un ovillo desmadejado con varios cabos: electrones, ondas, incertidumbres, vida, crecimiento personal, cuerpo, mente, espíritu… y no tengo ni la más remota idea de qué significan exactamente todos esos conceptos si los abordo por separado.
Me permito escribir entre medias sobre cosas más livianas.
Te permito que pases de todo esto, que bosteces a cada párrafo si es que al final se te ocurre seguir este despropósito en ciernes.
Agradezco a regañadientes, pero con amor, que Silvia me diera un empuje en uno de los comentarios de su blog.
Me veo como una parturienta que ya vislumbra al fondo la sala de partos, propiamente dicha.
Me veo, además, dándole a esto una importancia y un boato que no tiene…
Pero tengo que parirlo. Sin más preámbulo. Es la única manera de exorcizar ideas. De despegarse pulpos del cerebro.
En eso consiste, a mi entender, la escritura curativa.


PD.: Si crees que te vas a animar a seguir esta sarta de paridas; si has llegado hasta aquí con buen talante y fuerza neuronal; si crees que este y otros posts no serán óbice para que continuemos nuestra relación de amistad / parentesco que tenemos…te obsequio unos minutos de disfrute: una de las canciones que más (si no la que más) me gustan de Antonio Vega. Dale al PLAY, please:


martes, 8 de julio de 2014

Excusas perfectas

Dos asientos por estudiante. Nuestros padres ya están sentados, imagino que observando divertidos nuestras peripecias, como si fuésemos niños en el parque. Creo que es la primera vez que jugamos los cuatro juntos como iguales.
Estoy en Alcalá, a punto de ver cómo te gradúas. Son casi las siete de la tarde. Llevo, por tanto, casi doce horas con esta falda y esta blusa. Me he presentado en el trabajo más arreglada que de costumbre y con un bocadillo en el bolso para no tener que pasar por casa antes de coger el tren.
He salido pintando a las tres. Me he cambiado de zapatos en el coche. Me he cambiado las medias rotas en el baño de la estación. Mi jefe, que venía en el mismo vagón, me ha ayudado a coger a tiempo el primer cercanías que me traía aquí. He llegado al restaurante donde ya estabais pagando. En el piso me has confesado que no te gustan estos convencionalismos. Estoy de acuerdo contigo, pero son la excusa perfecta para reunirnos, para disfrutarnos…pienso después y durante.
Y ahora, mientras nuestros padres nos miran, nos hacemos fotos en este patio empedrado del siglo nosecuantos, cuyos cipreses y cigüeñas atrevidas nos recuerdan que hay algo más allá del protocolo. Ni la emoción ni el orgullo que siento los tengo a flor de piel. Sólo estoy contenta. Mucho. Y con muchas ganas de estar aquí.
A punto de que todo comience, me acerco hasta donde ya estás sentada con el resto de tus compañeros con afán de estirar un poco los riñones, que llevamos ya un buen rato de pie… y para ubicarte. Los soportales del lugar permiten colarse así por los entresijos del momento y captar los detalles que ocurren entre bambalinas. No me pasa desapercibido el comentario de tu compañera cuando me acerco. Dice que nos parecemos. Me vuelvo a donde estaba, pero un poco más ancha que hace unos momentos: ya es la segunda vez en la tarde que oigo algo parecido. Y me encanta.
Zascandileamos ahora todos por el por el patio, buscando un buen ángulo para no perdernos el momento en que te llaman, con la cámara preparada desde que empieza el orden alfabético, aunque bien sabemos que serás de las últimas.
Estoy lo suficientemente cerca del escenario como para que me conmueva hasta la médula la chaqueta mal cortada del chico simpático que os lee un discurso que no alcanzo a entender muy bien por la orientación de la megafonía; o algunos zapatos que no pegan del todo con el vestido o el traje de turno…Chaqueta y zapatos cuentan historias de humildad y esfuerzo de muchas familias, de muchos padres que están ahora como los nuestros: sonrientes, con las cabezas juntas y el cuello estirado para no perderse detalle.
Ya te has puesto de pie, ya te llaman, me pongo nerviosa, la cámara reacciona lentamente, me aturullo con las ganas de aplaudir y disparar y decirte guapa al mismo tiempo.
Ya bajas del escenario, con tu beca puesta, con tu vestido verde, te veo llegar tan sonriente, tan guapa, tan contenta y… me emociono. Por nada, por todo. No ha hecho falta que me venga a la cabeza ningún recuerdo concreto. Ni siquiera cuando me enteré que nuestra madre estaba embarazada de ti; ni que contaras, no hasta tres, sino hasta los años que yo tuviera para lanzarte al agua del mar cuando tenías ocho o nueve; ni tus carreras cuando veníais a verme a la residencia, ni cuando me interrumpías para jugar mientras yo estudiaba. O las veces en que me preguntabas el significado de las palabras de El Pirata Garrapata; ni cuando nos confundían con madre e hija. Tampoco el momento en que entendiste un chiste que llevabas contando meses. Ni que me contaras tus inquietudes cuando tenías que decidir tu propia carrera…
Te prometo que no estaba pensando en nada. Tampoco en gatitos muertos para forzar la lágrima. Pero sucedió. En este acto tan protocolario. Cumpliendo a la perfección un papel que, a las que no nos gustan los convencionalismos, nos aberran por previsibles. Pero qué más me da.
Anda, que ya se me ha pasado, dame un beso.
Volvemos a las fotos a la salida: con nuestros padres, con nosotros, con Arantza, con Quique…
A la vuelta, mientras comentamos lo bien que hemos estado, lo que nos ha gustado esta tarde, me lamento por dentro por no haber tenido tiempo para escribirte. Ahora, hacerlo, me parece un convencionalismo más. Una exposición innecesaria.
Pero sonrío y pienso que lo haré. Volveré a ser previsible...
Porque es la excusa perfecta para decirte que te quiero.

Objetivamente, la más guapa de todos