domingo, 1 de junio de 2014

Tres gatos

Gato 1

Se trata de una gata. 

Imagino que seguirá viviendo en la casa de campo donde la ví por primera y única vez. Era atigrada, anaranjada. Adolescente. Le faltaba media pata trasera. La derecha, si no me falla la memoria.

Su recuerdo viene acompañado del olor a la humedad de ese otoño y de mis zapatos hundiéndose un poco en el barro de aquella casa donde iba a comenzar uno de tantos cursos insólitos que, ahora veo, me han ido sacando el disfraz del personaje que creía que era.

Venía corriendo cuesta abajo hacia el lugar donde nos estábamos presentando, levantando de más su parte trasera debido al saltito que su minusvalía le veía obligada a dar. Carrera con ritmo asimétrico. -¿Qué le pasó?-, pregunté. - No lo sé-, contestó Ignacio, el monitor del curso y dueño de la casa, sin ápice de emoción. - No sé si nació así o si se la encontró herida alguno de mis hermanos y la trajo aquí parar curarse-. La observo jugando con los que allí estábamos, ajena a ese futuro que según me sigue contando Ignacio estará protagonizado por dolores en su gatuna columna.

El curso iba de caballos y tuve que superar el miedo a estar muy cerca de un animal tan grande. Montamos, monté. Y tanto la experiencia en sí como el atrevimiento a realizarla fueron suficientes como para que la jornada mereciera la pena.

Pero además, me llevé de regalo la enseñanza de aquella gata que aprovechaba nuestros descansos alrededor de la chimenea para, con la única finalidad de atesorar afectos, ir pasando de mano en mano, de cuerpo en cuerpo, de calor en calor, reclamando caricias sin pudor, sin criterio, sin miedo. Era conmovedor ver cómo buscaba la estrategia para, a pesar de la cuarta pata, saltar del sofá al sillón, de ahí a la silla de madera y al otro sillón, respondiendo a cualquier reclamo que le tentara. 

- Mírala-, dijo entonces Ignacio, - ésta lo tiene claro: pasa tanto tiempo sóla que en cuanto ve a alguien no duda en pedir su ración de cariño-.

Gato 2

Es el verdadero amo y señor de la casa de colores desde la que mira con desdén a la gente que la invade temporalmente. Es atigrado y oscuro. Tranquilo. Muy mayor ya, según me cuentan.

Eran muchas las emociones que tenía encima la primera vez que lo ví como para reparar demasiado en él, que además era uno de los tres o cuatro gatos que allí vivían. Por eso, cuando fui a tocarlo distraída mientras esperaba a ser atendida y alojada, me di de bruces con su oreja rota y su ojo ciego. Ambos izquierdos, si mal no recuerdo. Debe estar ya acostumbrado a ese cierto rechazo, y a la caricia por compasión que le corresponde después de que hayas tragado saliva.

Es un gato que surge. No lo ves llegar, pero cuando llega lo hace para que te des cuenta que el protagonista de cada escena es él. De cada escena y de cada cena, en la que se cuela sin ser llamado a tu lado, vigilante. Si te puede la debilidad y vas a darle algo de tu plato, la mayoría de las veces lo rechaza. No es que sea sibarita, es que no se había acercado para eso.

Tampoco reclama cariño porque sabe que lo tiene, por eso, a medida que pasan los días, te observas cayendo en su trampa y así, eres tú quien le reclama atenciones y es él quien te deja claro su fastidio si has interrumpido su siesta, su meditación o su contemplación. Porque su fino instinto es capaz de detectar si vas a acariciarlo porque sí o si te lo quieres ganar a base de falsas caricias. En el primer caso, se tumba boca arriba mostrándote la panza, con lo que te sientes ungido, casi como tocado por su gracia; en el segundo, da un respingo y se aleja o te enseña los colmillos para que te lo pienses dos veces la próxima vez que vayas a perturbarle con migajas de amor cutre.

Es el gato favorito de los que moran por allí. Quizá por viejo, o por su media ceguera. 

O quizá por ese fino olfato para detectar lo verdadero de lo falso.

Gato 3

Es un gato libre, sin casa propia aunque últimamente vive en verano y en lugares de paso de gente ávida de novedades. Es algo más oscuro que los que suelen verse por aquí. Menudo, delgado…manejable. Taciturno, pensativo, melancólico. 

Tiene una cicatriz que le corta la cara a la altura del mentón y otras menos visibles en el corazón. Me quedé con ganas de saber qué fue lo que le cortó la cara.

Lo encontré en un lugar al que fui llevada en volandas por la casualidad y mi, hasta hacía poco, recién descubierto instinto de aventura. Cuando lo ví pensé que era feo. Él seguramente dejaba pasar los minutos previos a la hora de la comida y simplemente levantó la vista y me miró con ojos acostumbrados a lo efímero.

Llegado el momento, compartimos tiempo de comida con mi vista expectante puesta en todo lo que había de llegar, considerando aquel momento quizá como atrezzo de emociones mayores. Lavé los platos mientras que él, distante, creía yo, seguía lamiendo el cuenco del que comía. Y así, en su reservada pero curiosa compañía, comencé a moverme por allí sin darme cuenta hasta mucho después que aquella fue unas de las primeras veces en que fui tal cual soy.

Después del primer reconocimiento del espacio y de sentir de nuevo el miedo de horas de vacío por delante, decidí no planear y dejar que ese vacío se llenara con lo que el viento trajera. Y el viento, que yo esperaba introspectivo, sesudo y filosófico, me trajo risas, atrevimiento y osadía por mi parte y, por supuesto, la presencia siempre de aquel gato con el que me mostraba cada vez más confiada. Con sus actos me enseñó que en nuestros haceres más insignificantes se puede leer quiénes somos en realidad, me hizo saber que era ama-ble tal cual era y que no había que hacer ningún esfuerzo para conseguir cosas. Sólo había que dejar que los espacios vacíos se llenaran.

Pero él enseñaba sin pizarra. Se limitaba a, como la primera gata del relato, vivir sin atesorar, a reconocer las situaciones que podrían traerle el cariño necesario para seguir viviendo. A derrochar su propio cariño en esas mismas situaciones y, con eso, contribuir con una gota de verdad a la verdad global que hace falta.

Es un gato libre. Creo que una vez quiso atesorar y sufrió. Y si lo quieres atesorar, se te escapa de las manos. Pero si comprendes su libertad, reconocerás también la tuya.



6 comentarios:

  1. Esos gaticos, que monicos...besicos Laurica bonica.

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  2. A veces un relato nos pone delante del espejo. Gracias Laura

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    Respuestas
    1. A los mensajes anónimos les suelo decir que, porfa, firmen para yo saber quién escribe. Esta vez creo que no hace falta. Gracias a ti.

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